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236 P. FE LICIA NO DE V EN TOS A su destino, es un acto eminentemente libre... Ahora bien; en al– gún estado católico se exige el examen de religión para todo pues– to concedido por el estado ... ¿Acaso, prácticamente, concretamente, no plantea esto una cuestión para la libertad de la fe? Es cosa bien sabida que cuando un gobierno artopta cierta actitud ideológica, todos lo5 que por temperamento le siguen y los que están obliga– dos a seguirle por necesidad, se mueven en el mismo sentido 78 • Suena todo este razonamiento como la objección que se hace a sí mismo Alfonso de Castro : Primo ergo objiciunt Deo non placere coacta servitia sed volun– tarie esse illi sarrificanclum, atque inde colligunt nerninen ... ad Ii– cem esse cogendum w. Alfonso de Castro responde a esta objeción con el texto con que iniciamos este apartado. En él distingue luminosamente entre el infiel que está obligado moralmente ante Dios, pero no social– mente ante la Iglesia, y el hereje vinculado por su bautismo y sus promesas a uno y otra. ¿_ Negará esto el padre Cangar? De se– guro que no. Pero luego se advierte que si el teólogo del siglo xvr piensa en el hereje en el momento en que rompe sus vínculos religiosos y sociales, el del siglo xx, por el contrario, parte de la situación histórica concreta de una Cristiandad dividida a pesar de la buena voluntad de muchos. En esta circunstancia es claro que el principio de tolerancia, que santo Tomás aplica a los in– fieles, vale a fortiori para nuestros hermanos separados. J. Maritain lo puede alegar en este sentido ; pero no parece lógico deducir de esta circunstancia histórica un principio abso– luto de tolerancia, incompatible con los derechos de Dios y de la verdad. Y menos acudir para ello a las exigencias del acto libre de fe. La psicología religiosa y la experiencia diaria nos dicen que las presiones sociales, inevitables en la convivencia humana, no impiden, sino en casos de excepción, la libertad del acto de fe . Es de admirar que el padre Cangar no advierta que la presión religiosa se ejerce de mil modos más eficaces que por la presión del Estado, siempre periférica a los mejores espíritus. La hipocresía a que puede conducir lamentablemente esta pre– sión social-política fué considerada por Alfonso de Castro como no tan funesta como el escándalo que da el hereje en su defec- 78. Orden tempera 1J verdad religiosa , en «Documentos». n .10, o.47. 79. De ;usta haeret . punit... II, 95b

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