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232 ~ FELICIANO DE VENTOSA narla a la luz de las enseñanzas del gran teólogo-jurista del si– glo xvr: Alfonso de Castro. Para entender debidamente el problema tal como lo exponen los representantes de las opiniones contrarias es preciso tomar conciencia de la situación histórica desde la que razonan. Alfonso de Castro, siguiendo a los teólogos medievales, argumenta siem– pre desde La unidad de La Cristiandad, que hemos estudiado ya en nuestro trabajo, reforzada ésta por la verdad de la religión y las exigencias teológico-jurídicas de los derechos de Dios sobre las almas y sobre los pueblos. Tal vez aquellos teólogos no t uvie– ron la debida consideración a la conciencia «invenciblemente erró– nea» de que nos hablan los moralistas. Pero es que el hecho de una conciencia tal era muy difícil de suponer en aquel ambiente social cristiano. Aún hoy día en que el entrecruce de opiniones religiosas y antirreligiosas es tan frecuente, ha estudiado muy en serio el padre Hürth el problema de la defección religiosa de los católicos, examinando si es posible llegar sin culpa a un estado tal de conciencia que exija la defección 69 • El teólogo medieval ni se proponía el problema. Para dicho teólogo el hereje era el hijo malo e ingrato que culpablemente traicionaba a la Iglesia y a la Cristiandad y escandalizaba al pue– blo cristiano. De ahí la enemiga de todos contra él. Y la justifi– cación de medidas coercitivas para impedir el escándalo. Hoy, por el contrario, la situación social religiosa es diametral– mente opuesta. Muchas naciones se hallan trágicamente escindi– das en punto a religión. Tanto el creyente como el ateo, pasando por toda la gama religiosa desde la exaltación hasta la indiferen– cia, tienen que convivir en La misma sociedad política. En estas circunstancias cualquier conato de imposición religiosa llevaría el caos social-político a todos los estratos de la vida ciudadana. La tolerancia, en estas circunstancias, la impone la más elemental prudencia política. Y la prudencia política, pese a que tantas veces se transmuta en diplomacia maquiavélica, es de suyo una gran virtud del gobernante. No culpamos, por ello, a los pensadores de la Nueva Cristian– dad que partan del análisis de esta situación en sus razonamientos sobre la tolerancia. Con lo que no estamos conformes es con que se olvide la otra situación, como parece en ocasiones intentarse. 69. De inculpabili de/ectione a Jide, en «Gregorlanum» 7 (1926) 3-27, 203-224.

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