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ALFONSO DE CASTRO 225 a qué aten~rnos respecto de la Nueva Cristiandad y d e la unidad que pretende a través de su estado laico cristiano. No queremos, con todo, cerrar esta sección de nuestro estudio sin subrayar que la unidad del nuevo estado laico-cristiano es una unidad pluralista en la que cabe todo hombre de buena vo– luntad que respete los derechos de la libertad de la persona. De aquí en adelante no van a ser los derechos de Dios los que aúnen a los hombres en sociedad - ¡manes de La Ciudad Antigua, de Fustel de Coulanges ! - sino sus propios derechos. Algo es algo. Y ante las brutalidades de este siglo xx contra los derechos de la persona humana, no nos maravillamos que hasta el papa Pío XII incitara a los católicos a unirse con todos los hombres de buena voluntad en la defensa de tales derechos elementales. Lo malo está en que esta sit uación se da como definitiva 55 , pues cabe pensar para el futuro una mejor sociedad donde los derechos de Dios tengan mayor influjo social-político. Aunque en el plano mundial no se vislumbre por ahora, podemos añorarla. Y defen– derla donde los derechos de Dios tengan esa t an deseada vigencia social-política. Tales derechos divinos nunca se oponen a los ver– daderos de la persona humana. Al contrario. ¿No ha sido ésta tan conculcada en el siglo X\X, porque primero lo fue Dios, funda– mento de t odo derecho ? Es este el gran tema de Pío XII en su primera encíclica Summi Pontificatus. II PROBLEMAS RELATIVOS A LA AUTORIDAD Nos toca ahor a examinar los problemas relativos a la autori– dad, comparando la doctrina de Alfonso de Castro con la que propugnan los par tidarios de la Nueva Cristiandad . Al instante advertimos un acuer do notable por lo que toca a la cuestión del origen de la autoridad y una discrepancia neta al determina r la 55. Si entendemos por t esis. la verdad definitiva y por hipótesis la verdad circuns– tan cial que demanda la prudencia polltica, disputan los defensores y acusadores de Maritain si éste h abla en t esis o en hipótesis. Hasta en España advertimos las dos tendencias explicativas, inclinándose a una interpret ación merltenlana de hipótesis c . SANTAMARIA¡ (en el art. citado ) y a la de tesis L . PALACIOS, El mito de la Nueva Crist iandad <Madrid, 1952 ) 139-140.
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