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LA FILOSOFÍA DE FRANCISCO DE VILLALPANDO EN CATALUÑA 371 aunque fuera connacional. El verdadero patrimonio no estaba reñido con la importación de cerebros o de textos. Era ésta la táctica segui– da por las naciones más cultas: ios ingleses estudiaron a Descartes hasta que tuvieron un Locke o un Newlon; y los franceses cambiaron a éstos por aquél en cuanto advirtieron su mérito singular, no obs– tante la tradicional rivalidad y emulación entre ambos pueblos. Por eso proponía la elección del Curso de Jacquier, ya vigente en la universidad de Valencia y en el seminario de Murcia, y supe– rior al del espaüol Villalpando. Don Antonio Fernández Solano pensaba que el Tratado ele mate– máticas contenía materia excesiva en cantidad y profundidad para unos principiantes, si bien declaraba muy útiles y apreciables todos los temas allí aducidos. Pero ese incom;enientc podía evitarse redu– ciendo el tratado a los capítulos de que se hacía en la Física de Villalpando. Esta última contenía también, según él, doctrinas muy útiles en un lenguaje de buen gusto, circunstancias que la hacían preferible para la enseüanza «a cuantas de autores nacionales han llegado a mi noticia, no siéndolo mcnm, a la de Goudin, y a la Filusufía escép– tica de Martínez, que en algunos estudios públicos se tienen todavía, por desgracia, sirviendo de í:exto para enseñar la física». Pero no era comparable a las Físicas de ciertos extranjeros, como la de Musschenbroek o Jacquier, adoptadas ya para la enseñanza por algunos centros dd Levante espaíiol. Su conclusión práctica se conformaban en todo a la exigencia de esas premisas, y luego serviría de canon a los fiscales. Aconsejaba imponer la obra de Villalpando donde no se hubiera adoptado aún la de Musschenbroek, Jacquier, «u otro semejante», a no ser que el autor hispano retocara la suya hasta dejada comparable a las de los extranjeros. También sería oportuno, en su sentir, imponerla en los centros reacios todmía al estudio de las ciencias físicas y geométricas, y nominalmente en aquéllos en que reinaran Goudin, Martínez «u otro equivalente», siempre que Villalpando redujera su Tratado de matemáticas a unos rudimentos fáciles de entender y retener. El catedrático de ética en los Reales Estudios, D. Francisco Mese– guer, abundaba en los mismu;; argumentos favorables al texto de Villalpando, que ya expusiera en su primer informe. Una doble motivación precipitaba su juicio en ese sentido: el justo afán del Consejo, tanto por disponer de un autor nacional, corno por desterrar definitivamente la Escolástica de su secular y anacrónica prevalen-

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