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320 P. MELCHOR D r: POBLADURA heroica y generosa en los hospitales de la Urbe, no podía faltar la levadura que brota del estudio. Acaso hay Luis no lo comprendió así; pretendió cohibir et movimiento que cada día se hacía más impetuo– w en moldes demasiado estrcchn:,, mutilando y adulterando el ideal franciscano que deseaba restaurar. Por fortuna se habían alistado ya en sus fila;3 individuos muy capacitados que provcní;:n de los Con– ventuales y de los Observantes, lo:, cuales a medida que la vitalidad incontenible del movimiento inicial penetraba por doquier a través de las más variadas formas de apostolado, se percabron que era urgen– te darle nuevos cauces para que no se desbordara, traicionando el ideal y la meta de cuantos habían vislumbrado en él un vigoroso re– !orn(1 al primitivo y auténtico franci~;cani'.,1110. Las dos tendencias se enfrentaron definitivamente en el capítulo general celebrado en Roma e,J mes ele noviembre d2 l535 y repetido en septiembre del aiío r;iguic_nte. f'ué un momento de capital importancia para la Orden. Iba a dccidirsL', l'n efecto, entre ~los concepcionc:, di– versas del franciscanismo. De la elección podía depender el porvenir de la Reforma, que en el primer decenio de Ht existencia había visto crecer :;u prestigio merced a c!cmcnins tan destacados cunw Juan de Fano, Bernardino Ochino de Sien:,, Francisco de Jesi, Bernardino de Asti y otros que :;e distinguían no menos por sus dotes intelectuales que por su vida ejemplar y fervor apostólico. Habló primero Fray Luis, exponiendo con fn:ses apasionadas su pensamiento: los Capuchinos debían dedicarse al trabajo manual, si– guiendo una vida eremítica consagrada a la contemplación y a la ob– servancia literal de la Regla de S. Francisco; en cuanto a los precli– caclores de ciudad, debían ser pocos y escogidos entre los doctos que vistieron el hábito. La Iglesia no necesitaba de una Orden cuyos indi– viduos vivieran relajadamente, dedicados a los estudios, a aprender música, a confc;sar y a otras ceremonias por el estilo. Dios les hizo esta bella gracia de separarlos de todos los dem;'ts en el hábito y en las costumbres, para que pertenecieran al número de aquellos Frailes a quienes et Seráfico Padre llamaba los caballeros de la mesa redon– da, retirados en el desierto para oir y contemplar atentamente lo que su Divina Majestad se digne manifestarles i;_ Este punto de vista, bello si se quiere, pero enfocado desde un án- 6. Tal es la relación que nos ha sido transmitida por Bernardino de Colpetrazzo. Cf. Mo– numenta Hislorica Ord. r'r. Min. Capuccinorum, (Assisi, 1939) 2. 373 sg., 303 sg.

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