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326 P. MELCHOR DE P O B L A D lJ R A cillcz de aquel frailecillo que se resolvió a subir al púlpito, cuando se hubo enterado de que en el pueblo no había nadie que supiera leer y escribir " 1 • Una predicación a base de aforismos, tjemplos y anécdo– tas podría continuarse en la retaguardia, entre :a gente humilde Je los campos y de las aldeas. Pero muy otras armas debían manejar cuantos combatían en el frente. De nada o de muy poco hubiera va– lido el estratagema de Fray Gil de Orvieto en Praga, en donde S. Lo– renzo de Brindis tuvo que oponer a Policarpo Laiser y sus satélites no sólo su Ciencia teológica, sino también su cultura profana y humanís– tica. Ni los luteranos de Alemania, ni los calvinistas de Suiza, ni los hugonotes de Francia, acostumbrados a sutiles. y sabias controver– sias, hubieran rendido fácilmente su razón a los solos ejemplos de l:i. bondad y de la virtud de unos pobres frailes, descalzos y mal vesti– dos, y por añadidura ignorantes. La Santa Sede enviaba a los campos de la lucha doctrinal las huestes de la nueva milicia franciscana. Es– ta estaba obligada a velar las armas y a equipar debidamente los heraldos del Evangelio. El estudio serio, profundo y prolongado, era una necesidad ineludible, so pena de malograr las esperanzas que la Iglesia había puesto en los Capuchinos. Así lo comprendieron los Su– periores y con ojo avizor, superando prejuicios tradicionales, poco a poco fueron elaborando un plan de estudios más perfecto y urgiendo más y más su observancia. Otra de las causas de una organización más vasta y perfecta pro– venía de las exigencias vitales de la Reforma. El ideal franciscano res– taurado no estaba reservado a los iletrados e ignorantes o a los vetc- 1anos que hubieran adquirido ya suficiente caudal de ciencia y expe– riencia. También la juventud sentía su fuerza fascinadora. Era nece– sario, por tanto, no sólo encauzar estas fuerzas jóvenes sino también y principalmente satisfacer sus inquietudes generosas. Si la voluntad se fortificaba con los ejemplos de una vida santa, la ciencia, por su parte, debía iluminar la inteligencia. No que los jóvenes vinieran pre– cisamente a alistarse en las filas capuchinas por el afán de aprender y graduarse. Lo sabían, o se les hacía saber que no había proporción entre los claustros conventuales de la Orden y las aulas universitarias. Otras instituciones se proponían esos fines. Así y todo no era lícito 21. Este episodio de la vida del lego Fray Gil de Orvieto es una florecilla de subido sabor franciscano, pero con resabios renacentistas. Bernardino de Colpetrazzo la describe con abun– dancia de particlares. Cf. iHonumenta Historica (Romae, 1941) 4, 44. 159. 192.

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