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321 P. MELCHOR DE P O B L AD lJ R A predicarán con mucho fruto; pero si quieren adquirir la ciencia, nD ad– quirirán el espíritu. Y los doctos sin espíritu cau,;an un mal inmenso a la Orden y en el siglo muchas herejías, porq11e no se puede enten– der la S. Escritura sin el espíritu con que ha sido escrita" 15 • Desgraciadamente este grito de alerta impregnado de pesimismo halló una triste y dolorosa confirmación en la apostasía de Bennrdi– no Ochino, uno de los paladines del establecimiento ele los estudios. No faltaba quien atribuyera su caída al excesivo amor a los libros de los que siempre tenía llena la celda, vanagloriándose de haberlos leí– do todos, excepto l'I Corán 1 ';. Estos religiosos de indiscutible pr,~sti– gio entre los primeros Capuchinos contribuían con su conducta y con sus enseñanzas a crear un ambiente de desconfianza, cuando no de an– tipatía y desdén, hacia la cultura cicn tífica, en cuyo amor algnicn de:,-– cubría una peligrosa y suU insidia que podía atentar a la vida inte– rior y a la sencillez y simplicidad, que habían añorado antes ele vestir el hábito capuchino. Esta mentalidad constituía una rt'.•mora al progre– so ele los estudios. Añádase que transcurrieron bastantes años :;in que el probkma se agravara notablemente, exigiendo una solución urgente, ordenada y sistemática ele la educación cultural ele los frailes; pues la mayoría ele ellos venían a la Orden suficientemente preparados para los queha– ceres ministeriales del apostolado. Así y todo paulatinamente iban actuándose los estatutos constitucior,ales. No existía aún la obligación de cursos provinciales ordinarios según un programa ele asignatura:, y horario. A veces algún religioso competente en la materia se encar– gaba de dar lecciones particulares a individuos aislados, como hizo Francisco de Jesi con Querubín ele Espoleto, a quien enseñó la teolo– gía 17 • En otros casos un lector reunía a varios jóvenes de diversas provincias, acompañándoles en el estudio de diversas materias. Así lo hicieron Bernardino ele Astí en Roma, José de Femo en Milán, Je– rónimo de Montefiore en diversos lugares. Puede decirse que todo le– pendía de la competencia e iniciativa del lector. No estamos suficien– temente documentados acerca de la índole y mét0do ele estos cursos privados y públicos o conventuales. Sospechamos que eran unos y otros bastante rudimentarios. Los estudiantes con frecuencia cambia- 15 Monumenta Historica, 3, 64 sig. 16. Monumenta Historica, (Assisi, 1939) 2, 438. 17. !bid., 3, 401.

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