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LA UNlóN DE LOS CAPUCHINOS ESPAi'JOLES 41 jo la consideración de los Superiores de Roma, quienes después de la muerte del primero, pusieron los ojos en el segundo, como en el más idóneo para dar digno remate al ideal por que uno y otro h:ibían tan no– blemente trabajado. Pero a ninguno de los dos cupo la gloria de reanu– dar las relaciones con Roma y de presentar a la Santa Sede-centro de unidad y gobierno-el hecho consumado por el que con tanto empeño se habían esforzado. El P. Esteban, cuando ya era seguro e inminente sn nombramiento para suceder al P. Llerena, falleció santamente el 7 de octubre de 1880; y el P. Barnabé se vió envuelto en una serie de circuns– tancias, todavía no bien apuradas, cuyo alcance y complejidad impidie– ron que recibiera el cargo que todo parecía indicar iba a recibir, ha– biendo ya sido presentado a la S. Congregación de Obispos y Regulares. Ahora cabe preguntar: dPor qué no se logró durante estos tres o cuatro años la unión con Roma, si realmente casi todos la deseaban y se esforzaban por obtenerla? A nuestro modo ele ver, entraron en juego urios factores, que de un modo o de otro aumentaron las dificultades. a) En primer lugar la actitud del Comisario Apostólico P. José de Llerena a veces pasiva e indiferente y a veces ele sabotaje oculto o rna- 11ifiesto; en sus infom1es verbales y en sus intervencione~ escritas se re– vela siempre un partidario decidido del Comisariato; su falta de com– penetración con los ideales y aspiraciones de sus súbditos mermó nota– blemente el impulso vigoroso de la restauración y creó r[.moras innece- 1;arias y dañosas a la propagación y a la actividad de las comunidades. b) La prudente y ben?vola condescendencia (fo los Superiores ge– nerales. Una situación de derecho no les confería la autoridad necesa– ria para tomar por sí y ante sí resoluciones eficaces y definitivas. e} La delicada posición de la Santa Sede en un período de tran– sición. Después de lamentables y repetidas borrascas diplomáticas, se había logrado entablar ele nuevo el diálogo con las autoridades ele la Corte madrileña, cosechando óptimos frutos. En aquella coyuntura la más elemental prudencia aconsejaba no poner sobre el tapete proble– mas particulares, que pudieran comprometer otras cuestiones de m,Ís envergadura, sobre todo cnando. como en nuestro c;iso particular. se esperaba que el tiempo allanaría por sí mismo ciertas dificultades. d) Se ha de advertir, finalmente, que durante los años que esla– mos reseñando, en los que con tanto ahinco se debatía la abolición del régimen de alternativa, que después de todo había sido un acto bila– teral, no hay reflejos de interferencia por parte de la autoridad civil.

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