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EL MES1ANIS""10 Rl!SO 311 rarlo? De ~uerte que los esfuerzos de los eslavos, aún en el caso de grandes triunfos, resultarán recompensados sólo con paliativos harto débiles. Servia se echó al campo fiando en su fuerza, pero de sobra sabe que su suerte definitiva depende de Rusia, que sólo Rusia le salvará de la ruina, caso de un gran descalabro... y que Rusia, con su podero– sísimo influjo, será quien pueda asegurarle, en caso de triunfo, el máxi– mum de ventajas posible. Lo sabe y confía en Rusia, pero no ignora tampoco que Europa entera mira ahora a Rusia con encubierto recelo, siendo la posición de Rusia de cuidado. En una palabra: todo esto es aún futuro, pero ¿cómo se conducirá Rusia? ¿Es este un problema? Para ningún ruso puede ni debe serlo. Rusia se conducirá "honradamente": he aquí la respuesta a esta cuestión.» Dostoyevsky apura todos los motivos «humanitarios» y ejemplares para absolver a Rusia de la acusación de conquista y de imperialismo. Vive tan obsesionado que desconoce de un modo absoluto las razones objetivas que llevan a Europa a una actitud «comprometida». Acusa a Inglaterra, a Fran– cia, a Alemania, a Grecia sin darse cuenta del auténtico peligro ruso en la «cuestión de Oriente». Pero el «Diario de un escritor» se vuelve contra su propio padre al constatar, como si no tuviera importancia alguna, el hecho de que Rusia debe conquistar Constantinopla y constituirse en árbitro de los acontecimientos balcánicos. Desde el punto de vista europeo, la diplo– macia rusa sigue un camino peligroso para la estabilidad política. Inglaterra interviene -envía varias veces su flota- para impedir un desequilibrio excesivo de la balanza europea a favor de Rusia. ¿Cómo reacciona Dostoyevsky ante la justa preocupación de Europa? Diario de un escritor, ibíd. : « El interés de Rusia se cifra precisamente en exponerse, si es pre– ciso, al más patente daño y afrontar el sacrificio, con tal de no faltar a la justicia. No puede Rusia traicionar una gran idea que le legaron los siglos y que hasta aquí sirvió con perseverancia inquebrantable. Esta idea se cifra, entre otras cosas, en la unión absoluta de todos los esla– vos... pero sin tratar de lograrla por la fuerza, sino en servicio de la humanidad. Y, además, ¿procedió muchas veces Rusia en política con– sultando su propio interés? ¿No fue, por el contrario, lo más frecuente en todo el transcurso de su historia petersburguesa que obrase desinte– resadamente, en provecho ajeno, con una abnegación que pudiera asom– brar a Europa, si ésta viese las cosas sin telarañas y no nos mirase siempre con recelo, suspicacia y odio? »Además, que en Europa nadie cree en el desinterés, no ya en el desinterés ruso ... siendo más fácil que crean en la astucia o en la estu– pidez. Pero nosotros no tenemos nada que temer de sus juicios: en este abnegado desinterés de Rusia... estriban su fuerza toda, su perso– nalidad y significación futura.» En el alma de Dostoyevsky luchan dos leyes: la primera es la ley del pueblo. Es un hombre profundamente «arraigado» a lo popular, entendido como lo primitivo, lo veraz, lo eternamente ruso. La esencia del pueblo guarda, como un estuche precioso, todas las vivencias raciales que, al po– sarse en los siglos, constituyen la historia rusa. Cada página del autor de «Los hermanos Karamazov,, rezuma temperamento popular. Los tipos son definitivamente rusos. Pero, de cuando en cuando, siente Dostoyevsky la segunda ley que no se resigna a la derrota: el europeísmo. Le atrae la filo– sofía occidental. Lee con avidez a Schiller y a Jorge Sand. Es, por cultura,

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