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308 J. C. GÓl\lEZ imperio ruso -dominio de Constantinopla, intervencionismo en todos los pueblos eslavos, triunfo del pueblo ruso- puesto por Dios como defensor de la ortodoxia. La idea totalitaria queda, sólo que ha cambiado de pro– grama. En vez de salvar a la Cristiandad, mediante la realización del progra– ma religioso, pone en peligro todo valor sobrenatural, que queda mediati– zado por los poderes públicos. Dentro de Rusia surge de momento la democracia, con sus principios cívicos de libertad e igualdad. El proceso de la visión democrática de la vida tiene su origen en el Evangelio, pero rebrota de cuando en cuando en la historia. El siglo XIX, esencialmente revolucionario, cambia las es– tructuras económico-sociales y políticas: el movimiento industrial impone nuevos moldes a la sociedad. Nacen las ligas de patronos y obreros: em– pieza a delimitarse la cuestión obrera; se establecen los derechos y los deberes laborales. ¿Cómo reacciona Rusia ante los movimientos europeos? Dostoyevsky no admite, sin previo examen, la democracia europea. Es indudable la existencia de criterios democráticos a través de Europa. Lo que se puede poner en tela de juicio es la validez de la democracia europea. ¿Obedece siempre a convicciones arraigadas o es, por el contrario, una ne– cesidad histórica? «De suerte que existe innegablemente esa disposición de ánimo, in– discutiblemente democrática e indiscutiblemente desinteresada; más aún: general. Verdaderamente que hay mucho de falso en las actuales demostraciones democráticas, y mucho también de cuquería periodís– tica; hasta vehemencia, por ejemplo, en el ataque a los enemigos de la democracia, que, dicho de pasada, son aquí muy pocos. Pero, no obs– tante, la honradez, la generosidad y la franqueza del democratismo en la mayoría de la sociedad rusa están por encima de toda duda. En este sentido, nosotros hemos representado o empezamos a representar un fenómeno que aún no se ha registrado en Europa, donde la democracia hasta ahora, y doquiera se manifestó por abajo y lucha todavía, mien– tras que la clase alta, vencida, al parecer, opone una resistencia tre– menda. Nuestra clase alta, en cambio, no ha sido vencida; nuestra clase alta volvióse ella misma de por sí democrática o, mejor dicho, popular, y... ¿quién puede negar esto?» En definitiva, Dostoyevsky se sitúa siempre ante Europa con el mismo prejuicio, quizá con un temor instintivo a la influencia extraña. Que el mo– vimiento democrático europeo ha seguido el proceso que dice Dostoyevsky, es cierto. Y es, al mismo tiempo, muy humano. Cada grupo social se inte– resa directamente por sus problemas. Y el patrono no siente necesidad de un cambio social que puede resultar para él funesto desde el punto de vista económico. La revolución social suele partir de abajo, de la clase obrera que quiere mejorar su posición social y su nivel de vida. Lo que no es tan fácil de probar como intenta el «Diario de un escritor» es que los rusos cedieran sus derechos sin presión. Las ideas revolucionarias no pueden ser detenidas en su avance arrollador. O se hacen paso de mutuo acuerdo entre patronos y obreros o con el poder de las «asociaciones» clandestinas, como ha sucedido con frecuencia en Europa. Y, si no sirven estos medios normales en la solución de los problemas, se recun-irá a decisiones extre– mas, como sucedió en Rusia. ¡Lástima que no hubiera vivido Dostoyevsky los tiempos crueles de Lenin y Stalin!

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