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318 J. C. GÓMEZ no tanto una ciudad como una alegoría, por lo que no hay en lo que digo motivo de ofensa para Kazán ni para Astraján.» Moscú es una «alegoría», tan transparente e intencionada como una realidad. El triunfo de la idea rusa se da por descontado, como que se apoya, nada menos que en una fe profética. El triunfo ruso será el ocaso de Occidente que, en un plano religioso, es el catolicismo romano. Produce una extrafia sensación de disgusto el diagnóstico dostoyevskiano sobre el Catolicismo. Todo lo ha juzgado desde una perspectiva partidista y tenden– ciosa. ¿Es posible que un conocedor de la historia tan perspicaz como Dostoyevsky no haya visto en Roma más que pequeñez, intransigencia y claudicaciones? La pluma del escritor ruso -tan abierta a los movimientos democráticos- no tiene más que insultos para Roma. Cabe preguntar: ¿es que su paneslavismo era tan fanático que le producía alergia la innegable influencia mundial del Papa? De otro modo, no es posible explicar los tex– tos apasionados, de cerril obstinación antirromana. Unos textos pobres que repiten, hasta la saciedad, objecciones mil veces refutadas. Lo que parece más verosímil es que sus prejuicios paneslavistas no le dejaron ver la his– toria verdadera del Papado. En un esfuerzo por comprender la actitud de Dostoyevsky frente al Catolicismo no caben más que dos interpretaciones: la ignorancia -cosa harto inverosímil en un talento como él- o el pre– juicio vulgar, a un paso del rencor. Entre los textos que podrían escogerse, son clásicos los siguientes: Una tertulia «liberal», que enjuicia lo humano y lo divino, vaticina la caída próxima del Papado : Demonios, 1.' parte, caps. I-IX (118): «Al Papa hacía ya muchísimo tiempo que le habíamos pronosticado el papel de simple metropolita, en la Italia una, y teníamos la convic– ción absoluta de que este problema milenario, en nuestro siglo de hu– manidad, industria y ferrocarriles, era cosa de nada. Pero es que el "sublime liberalismo ruso" no entendía de otro modo las cosas.» Nikolai Vsevolódovich y Schátov -dos demonios- disputan sobre el drama del ateísmo ruso y la culta indiferencia de los nuevos eslavos. En este duelo diabólico hay un duro contra el Catolicismo y, de rechazo, contra el Papa: «Pero usted iba más lejos; usted sostenía que Roma exaltaba a un Cristo que había cedido a la tercera tentación, y que después de haberle enseñado a todo el mundo que Cristo, sin imperio terrestre, no podía subsistir en la tierra, el Catolicismo, por ese mismo hecho, exaltaba al Anticristo y había perdido a todo el mundo occidental..." El excéntrico Schigálev llega a afirmar descaradamente: «Sólo falta que el Papa acepte la internationale, que la (Demonios, pág. 329). En un alarde de filosofía política, se extravía Dostoyevsky por el bosque de sus fantasías, sin atinar un solo momento. Convierte en capítulos ele historia el material brumoso de su antirromanismo católico. Piensa el es– critor ruso que el mundo presiente una transformación radical en sus ideas. Y esto es cierto: la sociedad se transforma con el fermento de las ideas revolucionarias, con el advenimiento del espíritu democrático y con irrup– ción de los ideales económicos. Donde el pronóstico es en la denuncia que hace al Catolicismo, que, por su misma estructura sobrena– tural, no puede aliarse a un modo político determinado de vida. Es cierto que el Catolicismo predicó -y en parte llevó a cabo- la unidad ele des-

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