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314 J. C. GÓMEZ ción de los valores del espíritu, ha confirmado, con una amarga evidencia, la peligrosidad del poder único. No es que las funciones religiosas hayan quedado «desfasadas»; se trata de un fenómeno mucho más lamentable: la nueva ideología marxista excluye la idea de Dios. El ateísmo -cuya aparición vaticinó Dostoyevsky- es, por una paradoja, la conclusión de las premisas mesiánicas que el autor de «Demonios» presenta. * * * El Zar es, pues, el jefe político y religioso de Rusia. « Es el señor del campo, encarnación humana de la tierra.» El pueblo acepta la persona del Zar y la reviste de un simbolismo místico: a través de la voz del Zar oye la voz de Dios; las decisiones políticas del Patriarca de la Ortodoxia son un mensaje de Dios al pueblo ruso. Los textos dostoyevskianos sobre este tema son abundantes y expresivos. La guerra se convierte en «cruzada» y empresa santa, alrededor del Zar: Diario de un escritor, abril, cap. I, I: «Pero el pueblo cree que está apercibido para dar ese grande y nuevo paso. Es el pueblo el que, con su Zar a la cabeza, se ha levantado en pie de guerra. Al difundirse por la tierra rusa la palabra del Zar, el pueblo acudió a las iglesias para rezarle a Dios; cuando los labriegos leyeron en el campo el manifiesto del Zar, santiguáronse y se felici– taron unos a otros por esta guerra.» Y continúa, polemizando con los «europeístas» y con los políticos occi– dentales, que no creen en la misión del pueblo ruso: Diario de un escritor, abril, cap. I, I: « Y aún hoy mismo siguen sin ver nada; escriben que, de repente, a raíz del manifiesto del Zar, ha estallado aquí el entusiasmo patriótico. ¿Pero es eso patriotismo; es que esa compenetración entre Zar y pue– blo no es más que patriotismo? En esto se cifra nuestro talismán, en que no entienden nada de Rusia, en que no ven en Rusia jota. No sa– ben que nada en el mundo puede vencernos, que podremos perder bata– llas y, a pesar de eso, salir victoriosos, precisamente, en virtud de la unidad del espíritu del pueblo en la conciencia; que nosotros no somos Francia, que está toda en París; que no somos Europa, donde todo depende de las bolsas de su burguesía... " Esta personalidad popular del Zar tiene su raigambre en la tradición rusa que recuerda nostálgicamente a los personajes más representativos. Ni siquiera el ilustrado y crítico Dostoyevsky puede hurtarse a estas evo– caciones místicas : Ibíd.: «Alejandro I tenía noc10n de esta nuestra fuerza peculiar, al decir que se dejaría crecer las barbas y se iría con su pueblo a los bosques antes que soltar la espada y someterse a la voluntad de Napoleón.» El ideal mesiánico del pueblo ruso no es una impresión pasajera, más o menos viva. Es una vivencia general, claramente expresada, generación a generación sublimada. Dostoyevsky afirma con voz poderosa que la orto– doxia es la razón de ser natural, étnica e histórica de Rusia. Rusia se siente llamada por Dios para servir a Ia Cristiandad. Diario de un escritor, marzo, cap. II, II (1870): «Desde entonces viene siendo para el pueblo el nombre más querido y alto de su Rusia y de su Zar, el que entonces adoptara: de "ortodoxia

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