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312 J. C. GÓ11EZ por sensibilidad, por talante estético, un europeo. ¿Llegará a la síntesis equilibrada de un europeísmo ruso? En el fondo, es evidente que sí. Dos– toyevsky se sitúa en el corazón de Occidente para profetizar -con definitivo acierto de vidente- los movimientos revolucionarios, la era ele la técnica y el triunfo del materialismo. Sin conocer a Marx presenta un anticipo de «El Capital», retrata con asombroso parecido al dictador ruso, que va a venir, localiza los focos del ateísmo europeo. La imagen del pueblo, vista por el europeísta, estú llena de pesimismo. Dice un personaje de Demonios, cap. VI, V (303): «Lo que se derrumba entre nosotros no son piedras, y todo irú a diluirse en el fango. La santa Rusia es el país que menos estabilidad ofrece de todos. El pueblo todavía sigue más o menos apegado al dios ruso; pero el dios ruso, a juzgar por los últimos datos, estaba muy malito y apenas podía mantenerse ante la reforma de los campesinos; por lo menos se tambaleaba bastante. Ahí tiene usted los ferrocarriles, ahí tiene usted... Nada, que yo no creo lo mús mínimo en el dios ruso.» La duda no puede resistir ante el mesianismo dostoyevskiano. Y, como réplica, se ofrece una visión febril del pueblo. Se rompen las fronteras de lo conveniente e irrumpe el culto idolátrico al pueblo. En una transmuta– ción fanática de valores se exalta al pueblo hasta los límites de la divinidad. No se trata de calificar al pueblo de «deífero», aunque sea una exageración manifiesta. Es que se «identifica» al pueblo ruso con Dios Estamos al borde del delirio. Pero las ideas, ya lo hemos dicho, llevan en sí una carga explo– siva. De la identif1cación del pueblo con Dios a la divinización del Estado no hay más que un paso. ¿Preveía Dostoyevsky todas las consecuencias de su «mesianismo»? Dice Schátov, en Demonios: «La finalidad de todo movimiento de un pueblo, en toda nación y en todo período de su vida, es únicamente la búsqueda de su dios, de un dios absolutamente suyo, y la fe en él como el único verdadero. Drns ES L~ PERSONALIDAD SINTÉTICA DE TODO EL PUEBLO, TOMADO DESDE EL PRINCIPIO HASTA EL FIN. Es indicio de la destrucción de las nacionalidades el que los dioses empiecen a ser comunes. Cuando se generalizan mueren los dioses y la fe en ellos, juntamente con los mismos pueblos. Cuanto mús fuerte es un pueblo tanto más suyo y exclusivo es su dios." Esta idea suscita la protesta por su increíble audacia. No es posible admitirla sin una explicación previa, ya que supone la subversión catastró– fica de los valores religiosos. Por otra parte, crea un confusionismo funesto al mezclar indiscriminadamente elementos de dos categorías distintas de ser: lo temporal y lo eterno, lo religioso y lo profano, el hombre y Dios. Es necesaria una explicación que va a dar Schátov: »-¿Que rebajo a Dios a la categoría de atributo de la nacionalidad? -exclamó Schátov-. Por el contrario, elevo a la nacionalidad hasta Dios. ¿Pero ha sido alguna vez de otro modo? El pueblo... es el cuerpo de Dios. Toda nación sólo se conserva como tal nación mientras tiene su dios propio, y a todos los demús dioses del mundo los excluye sin excepción alguna; mientras, cree que con su dios ha de vencer y echar del mundo a todos los demús dioses. Así han creído todas, desde el prin– cipio de los tiempos, todas las grandes naciones, por lo menos, todas las que por algo han descollado, todas las que se han puesto a la ca– beza de la humanidad. Contra los hechos es imposible arremeter.» Pasa luego el personaje extraño de «Demonios" a puntualizar el dios

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