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loL !'ADRE DIEGO DE Qi'IROGA ciso conservar por medio del P. Quiroga la buena correspondencia con el Duque de Friedland 62 • De lo cual claramente se deduce, a nuestro juicio, que el P. Qui– roga, además de entrevistarse con "\Vallenstein en esa ocasión, tuvo gran parte en la decisión adoptada por el de Friedland para volver a tomar el mando de las armas imperiales, como asimismo lo dice cla– ramente el cronista de Castilla G 3 • Y, desde luego, podemos afirmar, y lo vamos a ver, que, a partir de esa fecha, al P. Quiroga le unió una gran amistad con ·~Val] enstein. Scnru,ER, en la !primera parte de su obra dramática TVallenstein, introduce en la escena octava a un capuchino dirigiendo terribles in– vectivas a los soldados que, tranquilos en sus diversiones, no se preo– cupaban de la suerte que pudiera correr el imperio. Y sobre todo arremete con ainHlo celo de antiguo profeta, contra el generalísimo del ejército imperial, el Duque de Friedland, a quien llama c(raposa astuta, otro Herodes, soberbio Nabucodonosor, abismo de pecado, taimado hereje, que se hace llamar \Vallenstein, y fuera mejor se lla– mase Filisteoi,, terminando así su perorata y su intervención: ((Mien– tras el emperador deje a este Friedland al frente de sus ejércitos, no podrá haber paz sobre la tierra». Algunos han visto en ese Capuchino la figura representativa del P. Diego de Quiroga. Ciertamente que cuanto allí dice contra el gran general del imperio en el siglo XVII, era pura verdad ; ciertamente que los ,crímenes y excesos perpetrados por Alberto \Vallenstein y por sus soldados fueron extremadamente grandes en número y en cali– dad. Pero lo que no nos parece exacto, en manera alguna, es que el P. Quiroga esté representado en aquel capuchino, elegido por Schil– ler, a nuestro juicio, más corno prototipo de predicadores que como personaje enemigo acérrimo del de Friedland. De otro modo estaría en completa contradicción con la realidad y con la historia, qJ1e nos presenta al P. Quiroga amigo de \\'allenstein. Y justamente Felipe IV quirn explotar esa buena inteligencia y amistad para sus planes de ataque en contra de los holandeses. Así, a mediados de 1632, se trata en el Consejo de Estado sobre que la pujanza de los holandeses era grande y se debían hacer los esfuerzos posible;; para conseguir les atacase un gran contingente de tropas alemanas, las que, al mismo tiempo que caían sobre ellos, socorrerían 6~. Simanc,:s. --- Estado. Leg. :WJG, Consejo de Hstado del 14 de junio de lG;l:!. 03. J. llE )Io:-:z(JN, 111S. c., 33'1.

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