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de la dignidad con que Cristo adora a la Trinidad en representación de toda la creación. Por ser adorador «consagrado» de la Trinidad· se quiere decir: que lo hace junto con Cristo, y que por ello tiene derecho especial a ser oído por el Dios trino. Esta «consagración» al servicio de la Trinidad se ha de poner en conexión con la afirmación de san Pablo de que todo cristiano es temP'lo de Dios, del Espírilt'u Santo. El templo de la Santísima Tri– nidad en la creación es el cuerpo de Cristo; y luego, por la «incorporación» a Cristo, todo hombre que llega a formar con Cristo un solo «cuerpo», llega a formar también un solo «templo», donde vive y es adorada la Santísima Trinidad. Como Cristo está «habitado» por la plenitud de la divinidad (Col 2, 9), así todo el que e:s' en Cri'.5t'o. La doctrina teológica sobre la inhabitación de la Trinidad en el alma del justo, puede ser desarrollada en este momento. 2. El bautismo nos «configura» con Cristo. San Pablo nos descubre el misterio del amor de Dios sobre nosotros: nos predestinó desde la eter– nidad para ser conformes a su Hijo, a Jesús. Cada cristiano tiene el destino supremo de ser «otro Cristo» ante el Padre celestial (Rom 8, 28-39). El bautismo es el momento en que este designio eter– no de Dios Padre se hace «historia» y realidad per– sonal en cada uno de los cristianos. Por eso a todo 97 Vil! - Teol 7

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