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un auténtico influjo causal real y no simplemente metafórico en la «inmolación» de Jesús sobre el altar. En efecto, en la ofrenda de la víctima (bajo especies ajenas) que se va a inmolar, participa el bautizado con sus actos· personales, en sentido perfecto. Llegado el momento de la consagración, su acción queda «alejada», ya que no se termina directa y físicamente sobre la víctima, a la que en modo alguno «destruye». Pero aun en este mo– mento supremo de la consagración, el fiel bauti– zado no queda del todo alejado, mantiene una unión real, moral, de tipo religioso y sagrado con el inmolador (Cristo y el presbítero): con los actos de su entendimiento y de su voluntad se considera activa, consciente y actualmente identificado al «estado de alma» que Jesús tiene al realizar el sacrificio de la cruz y sobre el altar. El mismo estado de alma que tiene el sacerdote jerárquico. Completada la «mactación» de la víctima por Cristo y por el sacerdote «ordenado», entra de nuevo el bautizado en plena autonomía de acción, ofreciendo la víctima sacrificada con sus actos personales y prosiguiendo la identificación con el mismo «estado espiritual» de Cristo que ya había logrado anteriormente. Poniendo los momentos de la participación de los fieles en la misa en un orden gradual, tenemos: el momento cumbre de la participación tiene lugar en la consagración, cuando el bautizado ejerce una 79
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