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1 1 ,- 1 sacramento que reciben todos los cristianos, se sigue que todos están llamados a vivir en Cristo en forma ilimitadamente perfecta. A todos llamó Dios para que seamos santos e inmaculados, sin mancha, ante Dios (Ef 1, 3 ss). Para todos son las palabras de san Pablo qúe suenan como un programa de vida del bautizado: «Haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, 11). _ Cuando los hombres, bajo el impulso de Dios, toman conciencia de su dignidad de bautizados, tienen lugar en la historia ele la Iglesia esos que llamaríamos movimientos populares cristianos ha– cia la vida de perfección vivida por los mismos seglares. Así sucedió, por ejemplo-, en el siglo XIII con la institución de las órdenes terceras. Así sucede en el siglo xx con el ascenso del laicado cristiano en la estimación de la Iglesia y los «mo– vimientos de espiritualidad seglar». Se trata de una especie de «democratización de la santidad». La santidad no la reservó Dios para ciertos aris– tócratas del espíritu (sacerdotes y religiosos). La llamada a la santidad va dirigida a _ todos los cristianos. Porque el Espíritu de Dios sopla donde quiere con su bautismo (Jn 3, 5); y por la con– firmación el don de pentecostés se difundió sobre toda carne (Act 2, 19-21). Esta idea se irá com• pletando· en los apartados siguientes. 57
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