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vertiente sacramental, fue perfecta en el bautis– mo. Ahora, en el vivir de cada día, ha de· ser continuada en cada acto del vivir cotidiano, bajo el impulso del Espíritu. La moral práct!ica de un cristiano ha de consistir en seguir realizando, ininterrumpidamente, a lo largo de la vida, el juego de muerte-vida que se inició en el bautismo. Que cada acto, aun el más pequeño, sea un morir a nosotros y un vivir para Dios en Jesucristo (Rom 6-8). De este modo el comportamiento moral, las costumbres de un bau– tizado son ya meros epifenómenos de lo que se verificó en él, en el orden del ser, el día del bau– tismo. Por ello el bautismo es una continuada y apre– miante invitación e impulso a no destruir y a com– pletar la «comunidad en la muerte» con Cristo que se verificó al recibir el sacramento. Murió el «hom– bre vieio», ya no debe vivir más. El bautismo puso en marcha dentro de nosotros aquel ímpetu de vida divina que llevó a Jesús a entregarse a la muerte ex amore intenso Trinita!l'is et nosttz', según frase de Escoto. La necesidad de ascesis en un cristiano se ve en su mejor perspectiva cuando se la mira a la luz del bautismo. El bautizado no puede seguir viviendo la «comunidad de la muerte con Cristo» si no mortifica las obras del hombre viejo que pretende revivir. La comunidad de la muerte con Cristo no sólo es la causa, sino también la atmós- 55
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