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incorporarse a Cristo en forma más concreta y dinámica: hay que reproducir la vida de Cristo en cuanto ésta es algo que hay que vivir, el queha– cer radical de cada uno. En otras palabras, el bautismo no sólo funda una nueva situación «on– tológica» del hombre, sino que exige un nuevo comportamiento en conformidad y como continua– ción operativa de aquella situación ontológica. Según un principio filosófico, todo ser se des– pliega en acción (operari sequitur esse). Esto acon– tece sobre todo en Dios, donde - si es posible hablar así- la Trinidad se «constituye» por la corriente de vida infinitamente comunicativa que va desde el Padre, por el Hijo, al Espíritu Santo. Tal como lo explicamos en el apartado ante– rior, el cristiano es un hombre ónticamente fun– damentado en Cristo: un hombre que está «sien– do» en Cri'StO. Por consiguiente, Cristo ha de ser también la última fundamentación y sentido de la acción del cristiano. Es la última fundamenta– ción, porque la vida del cristiano se desenvuelve a impulso de la gracia de Cristo: Él es la vid y los cristianos son los sarmientos (Jn 15, 1-8). Es el sentido, porque el cristiano en vida y en muerte vive para Cl'.isto, para su gloria (1 Cor 15, 24-28). La actividad que ejerce cada ser, podemos verla como una auténtica «revelación» de lo que es. Por el bautismo el hombre entra en la categoría de «ser-en-Cristo». Por eso toda su acción ha de ser una «revelación» de Cristo, que aparece y se 52

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