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pendía los deberes de los cristianos para con la Iglesia en la recomendación: «¡Amemos a la Igle– sia!»: amor sólido a todas las grandezas de la lglesia y benevolente ante sus debilidades hu– manas. Amor eficaz, como el de Cristo a su Igle– sia. Cristo amó a su Iglesia como a su esposa: con plenitud de afecto, con perseverancia, con eficacia; orando por ella en todas las necesidades, padeciendo libre y gustosamente por ella para ofrecerla hermosa ante Dios (Ef 5, 23-32). Los últimos papas insisten en que la obligación que el cristiano tiene de preocuparse del «bien común» de la Iglesia arranca del bautismo: «Este deber se desprende del sacramento del bautismo, aunque los profanos no lo vean con toda claridad. Porque él nos hace miembros de la Iglesia, esto es, del cuerpo místico de Cristo; y estos miembros, como los de cualquier otro cuerpo, han de buscar la utilidad mutua y el bien común. Por consi– guiente, el uno debe ayudar al otro; ninguno ha de permanecer inactivo, antes bien, cada uno, de la misma manera que recibe. debe también dar» 28 • En el Congreso Intern~cional de Apostolado Seglar, decía Pío xn:. «Del hecho fundamental del bautismo deriva a todos los cristianos la obliga– ción de preocuparse del bien común de la Iglesia, 28. Ex of/iciosis litteris, al Card. Arzobispo de Lisboa, AAS 26 (1934) p. 629. 50
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