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miento tiene lugar por el agua y el Espíritu Santo (Jn 3, 5. 6. 8). Cuando alguien es adoptado como hijo por una familia extraña, debe adoptar la psicología, el «aire de familia», el espíritu de familia. El «espíritu de familia» de la familia divina en que somos intro– ducidos por el bautismo, es el Espíritu del Padre y del Hijo, el Espíritu Santo. Por eso san Pablo, la nueva vida del hijo de Dios, del bautizado, la describe como una vida según el Espíritu: Él es quien nos _pa conciencia de nuestra filiación, el que nos comunica modales, costumbres, compor– tamiento, una actitud «psicológica» de caracte– rísticas divinas: de hijos de Dios ante el Padre 10 • Conviene no olvidar que el bautismo no sólo nos pone en relación con Cristo, dándonos la cualidad propia de Él, que es ser hijo. El bautizado entra en relación directa y personal con cada una de las tres personas divinas. Al nacer por el bautismo la primera persona nos acog.e en el seno de su paternidad; el Hijo nos da su filiación, pues nos revestimos de Cristo, de su ser. Y e,l Espíritu nos envuelve como una atmósfera divina en la cual nos es permitido vivir desde ahora. Reproduciendo una expresión de un santo padre, diremos que, en el bautismo, el Espíritu Santo es la mano del Padre que nos toma para injertarnos en el Hijo, introduciéndonos así en la corriente de vjda 10. Rom 6-8; Gál 4 4-7. 30

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