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a) El bautismo nos introduce en la famzVzla di– vina. La Escritura nos presenta el bautismo como el momento preciso en que Dios cumple en cada cristiano el designio eterno que sobre él tenía: llevarle a la dignidad de hijo adoptivo suyo en Cristo 8 • La iniciativa de nuestra salud la toma el Padre en su eternidad, cuando «nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesu– cristo» (Ef 1, 3 ss). Lo que era un secreto de amor en el corazón del Padre, pasa a ser un hecho público, un acontecimiento enmarcado en nuestro tiempo y en nuestro espacio, en la historia reli– giosa personal de cada bautizado. Algo semejante a lo que aconteció en el bautismo de Jesús. Jesús, en cuanto Dios, era Hijo desde la eternidad. En cuanto hombre era Hijo desde el instante de la encamación. Pero ahora, en el bautismo que re– cibe de Juan, se proclama, en forma oficial y so– lemne ante los hombres, que este Jesús es Hijo de Dios muy amado: el Mesías, siervo de Yahveh, Hijo de Dios por su obediencia al Padre hasta la muerte. La paloma y la voz del Padre prqcla– man la cualidad de Hijo· que Jesús tiene. Un acon– tecimiento semejante tiene lugar cuando un hom– bre es bautizado,: se proclama ante la Iglesia y ante e1l mundo que aquel hombre es un hz'jo muy an1t1do, en quien Dios tiene sus complacencias. Nuestra alma, ayudada por la fe, puede oir esta voz. Nuestro bautismo nos «constituye» y nos 8. Rom 8, 28-39; Ef 1, 3-14. 28

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