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nidad». La vocac1on bautismal es una vocac1on de eternidad. La fe está llamada a desplegarse en visión; la esperanza a la consecución del bien que espera, y la caridad quiere verse desatada y estar con Cristo en perfecta intimidad. Una interpretación de la muerte hay que consi– derarla como una de las exigencias de la vida humana. Una de las dimensiones de la vida hu– mana es la muerte, el tener que mori'r. El bautizado y sólo él logra el sentido completo de este tener que morir. El bautizado sabe que tiene que morir por su misma constitución física. La revelación le dice que la muerte es, además, castigo del pecado. Pero, desde el día en que es bautizado, todos los otros moti.vos para morir y cualquier otro sentido de h muerte pasan a segundo plano: el bautizado debe morir, antes que nada, para reproducir en sí mismo, en forma sensible - en su misma carne mortal - la muerte de Jesús. El morir se con– vierte para él en un «conmorir» con Jesús. Éste es el sentido más hondo, más esperanzador y fe– cundo de la muerte humana: es un «conmorir» con Jesús, para llegar a «conresucitar» en . Él a la inmortalidad. Y aquí es donde llegamos a per– cibir toda la grandeza del «misterio de la muerte»; porque entonces el misterio de la muerte ·se nos ofrece en contacto con el m:isteri'o de Cri's 1 to y con el misterio de Dios. mismo. Cuanqo el hom– bre llega a comprender lo que significa «conmo- 109

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