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culto, en los misioneros, en las misiones, en toda la faz de la tierra se haga una sola voluntad, en ·un solo reino y bajo un solo Soberano. IV. EL ((FIAT" DEL MISIONERO Contempla al divino .Jesús orando en el silencio de la noche en la soledad del Monte de los Olivos, cuando ve · todos los pecados de los hombres, las ingratitudes y las rebeliones, las soberbias, las ambiciones y las lujurias. Cuando contempla 'los dolores de su Pasión inminente: los desprecios, las injurias, los azotes, la corona de espi– nas, la crucifixión, la muerte ignominiosa. Cuando a través de los siglos penetra el poco fruto de la abundan– cia en su Sangre, Quae utilitas in sanguine meo. ¡ Cuán pocos participarán de los frutos de su pasión! Un pro– fundo sentimiento de dolor y de pena pene.tra todo su cuerpo, .toda su alma, todo su ser hasta hacerle brotar la sangre de las venas. ¡ Qué espanto y qué dolor l Todos los que pasáis, ved y contemplad si hay dolor semejante a mi dolor. En estos supremos momentos de profundísima agonía Jesús se apartó de sus discípulos como un tiro de pi.edra y, puesto de rodillas, oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mi este cáliz; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Se le apareció u.n ángei' del cielo. y le confortó (87). Cuando el misionero tenga que sufrir las inclemencias del tiempo, de la estación, del lugar, de las gentes, pro– nuncie el fiat del sacrificio. Hágase tu voluntad. Cuando las gentes no se convierten, cuando el fruto no corresponde a los trabajos, cuando los neófitos son inconstantes, cuando las cosas no prosperan como se de– sea. Sefíor, hágase tu voluntad. (87) Luc., XXII, 41-43, 95 7, -Meditaciones

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