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da preferencia a nuestro juicio y a nuestro capricho, antes que a la manifiesta voluntad del Ser1or. Se narra de un místico persiano que en el ardor de su oración dijo al Se– ñor : « Dios mío, ¿ cuándo podré venir a Ti? ,, Y sintió en sí mismo una voz misteriosa que le respondía : « Deja fue– ra de la puerta tu yo, y luego entra." Los hombres olvidan alzar sus ojos al cielo y miran a buscar filones de oro o placeres sensibles sobrG la tie– rra. Olvidándose de Dios el hombre piensa sólo en hacer su voluntad, no importándole cuál sea la de Dios... Al ultraje individual se afladen los ultrajes socialüs. Las naciones cristianas, llenas de egoísmos y de ambicio– nes, buscan una felicidad terrena, olvidando la Provi– dencia divina que traza los caminos de la santidad y sal– vación. Los infieles se someten a veces a las supersticiones más groseras, ignorando la verdadera voluntad de sus dioses. Las criaturas ilusionadas con los placeres, las riquezas, los hpnores olvidan la voluntad manifiesta del Señor, las sabias disposiciones de la divina Providencia. ¿ Cómo podemos reparar esos ultrajes individuales o colectivos? Repitiendo continuamente: «Fiat voluntas tua, sicut in coelo et in terra ... " se haga tu voluntad en toda mi persona, cumpliendo íntegramente lo que tú quieres en mi interior y exterior, en mis pensamientos, palabras y obras. Que se haga tu voluntad por todos los cristianos que te reconocen por Padre y por Redentor. Que se haga tu voluntad por todos los infieles, por lo menos, en las cosas que naturalmente conocen ser de tu agrado. Que se haga tu voluntad por los misioneros y apósto– les, llevando el Evangelio a toda criatura. Que se haga tu voluntad en la evangelización, en el 94
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