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Nos figuramos al rey o monarca en un espléndido pa– lacio, donde hay acumulados tesoros de arte, de belleza y de riqueza. Nos imaginamos al Rey sentado en su trono cubierto de oro y púrpura con corona cuajada de perlas preciosas, circundado de los más notables del reino, de sabios, artistas y héroes con todas las bellezas que se pue– den imaginar en este mundo... Cuando venga el Rey dirá a los elegidos : "Venid, benditos de mi Padre, tomad po– sesión del reino preparado para vosotros desde la crea– ción del mundo)) (52). San Juan en su Apocalipsis nos describe la ciudad santa de Jerusalén celestial. « Sus muros construídos de jaspes preciosos. Dan acceso doce puertas cuajadas de perlas. La construcción es de oro transparente y lúcido como el cristal. Los fundamentos son de jaspe, zafiros. calcedonios, esmeraldas, sardónicos, crisó!itos, berilos, topacios, amatistas... Dios mismo con sus eternos res– plandores la ilumina por todas partes. Una voz poderosa gritará : He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres» (53). En efecto : en el medio de la ciudad sobre un grande trono está sentado el Altísimo y a sus lados en otro trono el Cordero. Añade el Vidente: Miré y ví una muchedum– bre grande, que nadie podía contar, de toda nación, tribú– pueblo y lengua, que estaban delante del trono y del Cor– dero, vestidos de túnicas blancas y con palmas en sus manos. Clamaban a grande voz, diciendo : Salud a nues– tro Dios, al que está sentado en el trono, y al Cordero. Y todos los ángeles estaban en pie alrededor del trono y de los ancianos y de los cuatro vivientes y cayeron so– bre sus rostros delante del trono y adoraron a Dios di– ciendo: Amén. Bendición, gloria y sabiduría, acción de gracias, honor, poder y fortaleza a nuestro Dios por los siglos de los siglos. Amén» (54). (52) Matt., XXV. 34. (.53) Apoc., XXI. 3. (54) Apoc.• VII, 9•12. 76

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