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Tres son los poderes que constituyen la soberanía: legislativo, judical y coactivo. Quien verdaderamente es rey debe promulgar leyes destinadas al bien de la comuni– dad y dirigirla a su fin. Y como las leyes con obligatorias. es nec.esario que tengan el poder judicial para examinar a los súbditos aQerca de la observancia. El juicio se cumple con una sentencia, que puede ser condenatoria. Se necesi– ta, pues, que el rey tenga también el poder de exigir el cumpliento de la pena. Es evidente que Dios es rey de todos los hombres por muchos títulos naturales y sobrenaturales. Como Creador y como Redentor. Que no vino a este mundo para supri– mir la ley, sino para perfeccionarla (44). Dice el Salmista: «Tu reino es reino por los siglos de los siglos, y tu señoría por generaciones y generaciones» (45). Desgraciadamente hay muchos hombres en el mundo qu no quieren que Cristo reine y prácticamente exclaman : Nolumus hunc regnare super nos (46). No queremos que reine en nuestra inteligencias y por tanto rechazamos la fe; no queremos que reine. sobre nuestras voluntades, y rehuímos la observancia de las leyes ; no queremos que reine sobre nuestros corazones, y le negamos el amor ver– dadero... ¡ Cuántos son los hombres sobre los cuales nos reina Dios! Reinan el diablo, los pecados, los vicios,· las pasiones, el egoísmo, la iniquidad ... Pero el reino de Dios - dice S. Pablo - no es comida, ni bebida; sino justicia y paz y gozo en el Espíritu San– to (47). El reino de Dios no está en palabras, sino en rea– lidades (48). Pedimos a Dios que venga su reino a nosotros, que establezca su reino en nuestras almas por la gracia, por las leyes, por el dominio completo sobre nosotros. (44) Mat., V, 17. (45) Ps., CXLIV, 13. (46) Luc., XIX, 14. (47) Rom., XIV, 17.. (48) I Cor., IV, 20.
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