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si el precepto fué directamente impuesto a ellos, indirec– tamentr:: lo fué también a todos los miembros de la misma Iglesia, puesto que ellos solos no podían realizarlo. De este mandato promana también para nosotros el sagrado deber de cooperar a la evangelización de todo el mundo. León XIII en su magnífica Encíclica Sapientiae christia– nae del 10 de enero de 1890 dice: «Entre los deberes que nos unen a Dios y a la Iglesia, se enumera principalmente el que .tiene cada uno de industriarse y trabajar cuanto puede a la propagación de la verdad cristiana» (40). San Pedro, dirigiéndose a los primeros fieles, les decía; « Vosotros sois linaje escogido, sacerdocio real, nación san– ta, pueblo adquirido para pregonar el poder del que os llamó de las tinieblas a su luz admirable" (41). Lo que el Señor había dicho de Israel (42) el Príncipe de los Após– toles lo aplicaba con más razón al pueblo cristiano, que debe hacer de su vida un sacrificio continuo en obsequio del Señor. Los herederos de la luz debemos ser dispensa– dores de la luz a los que no la tienen todavía, comunicar la fe y el Evangelio a los que permanecen en el error... Después de tantos siglos que han pasado · desde que Jesús dió el precepto a los Apóstoles una gran parte del género humano yace todavía sumergida en la infidelidad o en la herejía. Millones de hombres que no conocen el nombre del Redentor. No reina como Soberano y Conquis– tador sobre ellos. Es necesaria la cooperación misionera no sólo por el mandato de Cristo a los Apóstoles, sino tam– bién por los múltiples motivos de caridad, de religión, y otros de los cuales se trata en el campo de la cooperación misionera. Una anécdota misionera: Al Padre Lacoussiére, de los Padres Blancos, le insiste un negro mubante para que en- (40) Cfr. Leonis XIII, Pont, Max. Acta, t. X, p. 2.o y sigs. Roma, 1891. (41) I Petr., II, 9. (42) Exod., XIX, 6. 72

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