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nantes en forma de cuatro fieras han hecho estrago sobre los santos del Altísimo, todas esas fuerzas hostiles a Dios serán destruídas por Uno que es como el Hijo del Hombre, que recibe en el cielo toda potencia del Antiguo de los Días y desciende sobre la tierra para restablecer victorio– samente su reino imperecedero y recibirá el homenaje de todos los pueblos (30). El pueblo hebreo excitado por los Profetas y predica– dores acariciaba la idea de un nuevo reino. La esperanza del florecimiento del reino saturaba el ambiente de Pales– tina en el período de Jesús. La esperanza del nuevo reino aclamaba a todo profeta o pseudo-profeta que agitase el estandarte religioso, político y nacionalístico. Esta fué la razón por la cual los hebreos querían proclamar a Jesús Rey, después de la multiplicación de los panes (3i). De aquí que aun algunos discípulos pensaban que Jesús se pondría al frente del nuevo reino nacional, ocultando las aspiraciones de ocupar los primeros puestos (32). Pregun– tan a Jesús resucitado: «Señor, ¿es ahora cuando vas a establecer el reino de Israel?>> (33). III. EL REINO DE JESUS Pilatos preguntó a .Jesús: ¿Eres tú el rey de los ju– díos?» Respondió Jesús: ¿Por tu cuenta dices eso o te lo han dicho otros de mí? Pilatos contestó: ¿Soy yo judío por ventura? Tu nación y los pontífices te han entregado a mí ¿qué has hecho? Jesús respondió: Mi reino no es de este mundo; si de este mundo fuera mi reino, mis minis– tros habrían luchado para que no fuese entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí. Le dijo entonces Pi- (30) Daniel, 7. (31) Joann., VI, 15. (32) Marc., X, 37. (33) Ac> • J ", 66

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