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rrestre, mesitmico y celeste. O como otrqs dicen: reinq ex– terno, interno y eterno, es decir, reino de la Iglesia, de la gracia y de la gloria. Con esta petición del Padre Nuestro es claro que nos– otros no pedimos que veng·a a nosotros el reino esencial de Dios, porque es exigido absolutamente por la naturale– za misma de las cosas; porque ex ipso, r:t per ipsum, et in ip.so sunt omnia (28). Como dice el Salminista: Domina– tío tua in omni generatione et generationem... Resta que pidamos a Dios la extensión de su triple rei– no indicado : El reino externo y visible que es la Iglesia; el reino interno en las almas por medio de la gracia y el reino eterno en el cielo, que es la gloria sempiterna. II. EL REINO DE DIOS EN EL PUEBLO DE ISRAEL De Israel, pueblo elegido de Dios, debía venir el Sal– vador del mundo. La historia del pueblo hebreo desde Abrahán a Cristo tuvo muchas vicisitudes. Tuvo tiempos de esplendor y de gloria como en el período de David y Salomón; de decadencia y humillación como en el des– tierro de Babilonia y en el dominio de los Romanos. El Mesías, según la mente de los judíos, debería restaurar en Israel la época de la felicidad y de la grandeza del reino teocrático. Yavé por medio del Mesías librará a su predi– lecta nación de todos los enemigos. El dominio de Israel Re ext.enderá sobre todas Jas naciones paganas. Todas las rn irndas so dirigía a. este Rey que había de venir. Al tiem– po de Jesús se retiene que el Mesías descenderá de la es– tirpe de David, como afirma la antigua tradición. Si cuatro grandes reinos se han sucedido, el quinto, que será el de Mesías, permanecerá eternamente (29). Si los cuatro rei- (28) Rom., XI, 36. (29) Daniel, 2. 65
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