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horrenda que injuria a Dios, Nuestro Padre celestial, del cual hemos recibido tantos beneficios. ¿ Qué mal nos ha hecho Nuestro Creador para tratarle de esa manera? Pensemos que no sólo es nuestro principio, sino que será también nuestro Juez que nos ha de pedir cuenta d~ nuestros pensamientos, nuestras palabras, nuestras accio– nes, de todo cuanto de malo y responsable hemos cometidu. Debemos reparar esas injurias hechas a Dios con ora– ciones, mortificaciones, horas de adoración, alabanzas y obsequio:r a Dios., a Jesús, a la Virgen y a los Santos. Las personas obligadas al Oficio divino o al Oficio par– vo, pueden dirigir sus alabanzas a Dios y a la Reina' del• Cielo en reparación de tantos ultrajes como se cometen contra la Majestad divina. Examen. - ¿He tenido el atrevimiento de haber blasfe– mado alguna vez en mi vida? ¿He escandalizado al prójimo con mis palabras? ¿Pronuncio con reverencia los nombres de Dios, de Jesús, de María, de los Angeles y de los Santos'? ¿He profanado las personas o las cosas sagradas? ¿Uso de referir chistes y anécdotas burlescas con palabras de la Sa– grada Escritura? ¿Cómo hablo de Dios y de las cosas de Dios? Cuando oigo las blasfemias, ¿procuro hacer la corrección fraterna o a lo menos repararlas con alguna jaculatoria pia– dosa o aJgún acto de piedad hacia el Padre celestial? Propósitos. - Entre las muchas alabanzas que se pueden decir en reparación de las blasfemias repetiré las usadas por la Iglesia después de la Bendición Eucarística: Bendito sea Dios. Bendito sea su santo Nombre. Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Bendito sea el nombre de Jesús. Bendito sea su Sagrado Corazón. Bendito sea Jesús en el SS. Sacramento del Altar. Bendita sea la excelsa Madre de Dios María Santísima. Bendita sea su santa e inmaculada Concepción. Bendita sea su glorjosa Asunción. 6i
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