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Gloria magnífica que ninguno puede describir ni com– prender. ¡ Oh qué felicidad estar destinados al cielo para habi– tar en la casa del Padre celestial, en la ciudad eterna, en la celeste Jerusalén por toda la eternidad! ¡ Oh si los in– fieles conocieran las riquezas que Dios Padre tiene reser– vadas para los que le aman y sirven, cómo se convertirían todos a la fe católica y observarían las leyes divinas y se les haría suave y ligero el yugo de Dios para conseguir el reino de los cielos! Exclamarían con S. Francisco: «Es tanta la gloria que espero que en toda pena me deleito». III. NOSTALGIA DEL CIELO Hay hombres materialistas que ponen el fin de su vida en los goces de la tierra. Demos satisfacción a todos nues– tros apetitos, instintos y deseos; porque luego moriremos. Dentro de la losa del sepulcro todo es polvo y fango. El alma no sabemos si subsistitrá, ni adónde irá ... Pero el Apóstol S. Pablo nos dice que no tenemos aquí ciudad permanente, antes buscamos la futura (61). La vida es una peregrinación hacia la casa paterna. Cuando el peregrino invoca al Padre que está en los cielos, parece que muestra la amargura por el destierro y suspira por la patria futura. Padre que estás en los cielos, ten piedad de tus hijos pródigos que anhelan volver a la casa paterna para abrazar al Padre bueno y bondadoso. Los Santos se consideraban peregrinos y forasteros en este mundo, en un valle de lágrimas, como en un destierro, y clamaban continuamente por la patria verdadera y eter– na, como los cautivos israelitas de Babilonia, que manifes– taban su amor por Sión : <cJunto a los ríos de Babilonia, allá nos sentábamos y llorábamos, acordándonos de Sión. 61) H,b,.• XIII, 13. 42
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