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jaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en poder de los ladrones, que le desnudaron, y le cargaron de azotes y se fueron, dejándole medio muerto. Por casualidad, bajó un sacerdote por el mismo camino y viéndole, pasó do largo. Asimismo un levita, pasando por aquel sitio, le vió también y pasó adelante. Pero un samaritano que iba de camino llegó a él, viéndole, se movió a compasión, acer– cóse, le vendó las heridas, derramando en ellas aceite y vino; le hizo montar sobre su propia cabalgadura, le con– dujo al mesón y cuidó de él. A la mañana, sacando dos denarios, se los dió,al mesonero y dijo: Cuida de él, y lo que gastares, a la vuelta te lo pagaré. ¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en poder de los ladrones?». El contestó: «El que hizo con él mise– ricordia». Contestóle Jesús: «Vete y haz tú lo mismo» (48j. El piadoso samaritano es el modelo de la verdadera fraternidad evangélica. Jesús manda que se ame al próji– mo prácticamente con el corazón, las palabras y las obras ; que en realid.ad seamos hermanos ayudándonos, socorrién– donos, consolándonos. Haciendo a los demás lo que quere– mos par¡i. nosotros. Como El extiende su Provincia paternal a todos ; del mismo modo quiere que nosotros extendamos nuestro amor fraterno a todos : buenos y malos, amigos y enemi– gos, fieles o infieles ; a los que viven con nosotros en la patria o a los lejanos de otras regiones o continentes que están necesitados de fe, de religión verdadera, de cultura o civilización. Extiende ¡ oh cristiano! tu mirada por to– das las cinco partes del mundo y verás tantos necesitados espiritualmente que yacen en las tinieblas de la herejía, del paganismo, que suplicantes extienden sus manos pi– diendo el socorro espiritual para sus almas. Llévales la fe, el Evangelio, la Iglesia, los Sacramentos, la gracia, la santidad, la salvación, la felicidad eterna. (48) Luc., X, 30,37. 36

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