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Bondad infinita con la debida proporción y distinción. Le amaremos y gozaremos, no con una caridad imperfecta y una unión disoluble; sino con una caridad perfecta Y. con una unión sempiterna. ¡ Oh Dios, qué tesoros inefa– bles tienes reservados para tus amantes hijos! , ¡ Qué he• rencia tan rica que ninguno nos podrá arrebatar 1 IV. DEBERES QUE NOS IMPONE. Para gozar de todos estos beneficios y privilegios es ne– cesario conservar la gracia santificante hasta el fin. Morir_ adornados con esta vestidura nupcial para asistir al eter– no banquete de la gloria. Se pierde por el pecado mortal, por la infracción grave de la ley de Dios. El primer deber del hijo es no ofender, por lo menos gravemente, al Pa– dre celestial, para conservar la gracia santificante y la divina filiación. Si por la malicia, debilidad y desgracia se pierde este don precioso que justifica, es necesario exclamar con el hijo pródigo que abandonó la casa paterna y disipó la herencia del padre generoso. «Me levantaré e iré a mi Padre y le diré : Padre, he pecado contra el cielo y con– tra Ti» (38). Padre celestial, ten piedad de mí, perdóname por los méritos de tu Hijo Jesús. Que la Sangre redentora del Dios-Hombre descienda sobre mí y me lave, me puri– fique, me limpie, me santifique y me salve. Es deber del hijo honrar a su padre (39), respetarlo. Debe también obedecerlo. «Escucha, hijo mío, la disci– plina de tu Padre,, (40). Observa sus mandamientos ge– nerales y particulares, tus obligaciones para con Dios. Aún más : ámale con ternura y con afecto verdaderamen- (38) Luc., XV, 21. (39) Ex,, XX, 12. (40) Prov., XIX, 13, 28

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