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ellos se merece sérá. eterna. Dice S. Pablo: «Tengo pór cierto que los padecimientos-del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifes– tarse en nosotros» (45). Y S. Francisco de Asís: «Es tan– to el bien que espero que en toda pena me deleito». El pensamiento de la eternidad íeliz o desgraciada es muy poderoso para vencer las tentaciones y no caer en el pe– cado. El ejemplo siguiente te demostrará lo que vale el desprecio de las cosas de este mundo. Las Franciscanas Misioneras de María regentaban en 1900 la Santa Infan– cia de Tai-uyen-fu (China). Las siete religiosas fueron de– capitadas por los boxers. A más de cien huerfanitas tu– vieron prisioneras en la pagoda y las intimaron renegar de la fe cristiana. EI día 12 de julio irrumpe en ella una banda de soldados con espadas en las manos. Creen las niñas llegada la hora del martirio. Las más pequeñitas congregadas en torno a Francisca Ly, virgen china, de cuarenta y dos años, rezan las letanías de los Santos. «En nombre del virrey Yu-Shien, ¿renunciáis a la fe cristia– na?» - No, responden a coro las niñas-. Les arrancan los crucifijos y los escapularios y cogiendo a diez de ellas, atándolas las manos por la espalda las exponen al terrible sol de mediodía. Otra vez el dilema: o apostatar o morir. con valentía cristiana responden las niñas: Morir, antes que pecar. Escogen dos de las víctimas, una de sesenta años y otra medio muerta por los tormentos, y con una espada, ante la vista _de las niñas, les cortan los brazos y las piernas, y luego las cabezas. Un soldado recoge la sangre en un copa y con ella en la mano se dirige a las niñas : O renunciáis a la fe o bebéis de esta sangre. Aque– llas vírgenes delicadas y aquellas niñas inocentes, vuel– ven horrorizadas la cabeza, pero reaccionan en seguida. Van pasando de mano en mano la copa y tanto beben de ella que antes de llegar a la última no ha quedado nada (46) Rom., VIII, 18. 132

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