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II. EL HUMILDE RECURSO A DIOS Cuando los Apóstoles navegaban por el mar de Tibería– des y temieron naufragar por la terrible tempestad que se levantó, llenos de temor y espanto, gritaron: ((Señor, sál– vanos que perecemos,, (40). Cuando nos veamos tentados, en peligro de perecer espiritualmente, también nosotros ·debemos exclamar: Señor, sálvanos que perecemos; o bien las mismas palabras que nos enseñó Jesús: No nos dejes caer en la tentación. No dijo Jesús que pidieramos ser libres de las tentaciones; porque es imposible en las presentes condiciones de la vida; sino que no nos deje caer en las tentaciones. Para que la tentación no sea un mal, antes un bien, es necesario que permanezca en tentación y que no se llegue al consentimiento. El pecado no está en sentir, sino en con– sentir. No es la imaginación quien peca, sino Ja voluntad libre que consiente. Como nosotros no podemos nada sin la gracia, es necesario que se la pidamos a Dios. Elevar nuestras manos suplicantes al cielo para que el Señor, por los méritos de Jesucristo, nos conceda la gracia de resistir a toda clase de tentaciones. c<Así pues, el que cree estar en pie, mire no caiga; no os ha sobrevenido tenta– ción que no fuera humana, y fiel es Dios, que no permi– tirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas; antes dis– nondrá con la tentación el éxito para que podáis resistir– la,, (41). El recurso humilde y constante a Dios nos ase– gurará la victoria en las tentaciones... III. CAUTELAS NECESARIAS No cabe duda que es necesaria la oración para no su– cumbir a las tentaciones, pero es necesario también por (~O) Matt., II, 25. (~1) I Cor., X, 11-13. rno

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