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pero se pueden reducir a tres principales. La vida del hombre €S una milicia sobre la tierra. El espíritu lucha contra la carne y la carne contra el espíritu. El hombre desea muchas cosas opuestas a la ley del Señor. S. Juan señala tres grandes· concupiscencias, que le solicitan y le agitan sin cesar : « Os escribo, jóvenes, porque sois fuer– tes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno. No améis al mundo, ni lo que hay en el mundo. S.i alguno ama al mundo, no está en la caridad del Padre. Porque todo lo que hay en el mundo es concu– piscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgu– llo de la vida, no viene del Padre, sino que procede del mundo» (38). Y el mundo pasa y también sus concupis– cencias (39). Según la interpretación de los Padres y Doctores por la concupiscencia de la carne se entiende todo lo que se opone a la pureza. Por concupiscencia de los ojos es la avaricia de los bienes terrenos, el apego a las riquezas materiales. El orgullo de la vida es la ambición de los honores, de los cargos, del gobierno. De estas tres grandes concupiscencias con todas sus derivaciones está lleno el mundo. El hombre siente la ten– taciones que proceden de su misma naturaleza. Si a eslas se añaden las sugestiones del diablo y las ilusiones del mundo, todos los enemigos internos y externos se arrojan contra el pobre soldado de Cristo. Sintiéndose débil para combatir tan fuertes enemigos, no le queda otro recurso que pedir ayuda. Dios, ven en mi ayuda. Señor, dame la mano, si no me ahogo, me caigo... (38) I Joann., II. (39) I Joann., ll, 14,17.
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