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y para el prójimo, a quien puede escandalizar y aun arruinar. 3.º Los pecados son deudas por la pena. - A la culpa corresponde la pena o la sanción debida. Es necesario restablecer el orden perturbado, resarcir los males cau– sados, satisfacer la deuda adquirida. Los jueces humanos establecen la cárcel y las multas, más o menos grandes, según la cualidad de los delitos y las determinaciones de las leyes. Dios también establece las penas debidas por los pecados según la malicia y la gravedad que revistan en los que los cometen. Por esto éstá muy justificada la petición del Padre Nuestro cuando dice: Perdónanos nuestras deudas, es decir, nuestros pecados. Todo cuanto hemos faltado con– tra Dios. II. ¿QUIEN ES NUESTRO FIADOR? Todos los hombres somos deudores ; porque todos más o menos somos pecadores. Clamamos a Dios que nos per– done cuanto le debemos, porque no tenemos medios para pagarle ni desagraviarle. 1.º Somos deudores insolventes. - Jesús en la pará– bola del hijo pródigo nos muestra cómo el infeliz, después que se salió de la casa de su padre, disipó la substancia que le pertenecía por herencia, no participó más a los banquetes de -la casa paterna, tuvo que alimentarse de bellotas y rebajarse al nivel de los animales inmundos. Vive despojado de todo, pero le queda todavía la vida. En cambio, al pobre pecador ni siquiera la vida le queda, porque se la arrebata el pecado. La semejanza no es to– davía completa. Contempla el episodio del amigo de Jesús Lázaro, hermano de Marta y María. Muerto y sepultado ya huele mal. Así es el pobre pecador. Está ligado con u.a

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