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tura que en ciertos países son necesarias, y los misioneros se ven obligados a promoverlas para el bien de la sociedad civil y de la Iglesia. Son tantas las necesidádes y miserias de las misiones que causa verdadera pena ver, a una multitud ingente de la humanidad que no goza de los adelantos modernos de la civilización y de una cultura social conveniente a la hu– man.a convivencia. ¡ Oh vosotros los ricos que os sobra el pan cotidiano! , mirad cuántos en los territorios de misiones están necesita– dos de vuestra generosidad. Oíd el siguiente ejemplo : En enero de i93i asesinaban en las calles de Shanghai (China) al célebre apóstol cristiano Lo-Pa-Hong. Favorecido gra– cias a su talento y laboriosidad por una gran fortuna, de– dicó su vida y su dinero al servicio del bien. Reunió una Asociación de católicos con el fin de intensificar la propa– ganda de la fe y ayudar las obras de enseñanza y caridad. En i9 años estos hombres dirigidos por Lo-Pa-Hong habían administrado treinta mil bautismos. Fundó un inmenso hospicio de S. José, cinco hospitales, dos orfanatos, dieci– nueve dispensarios. Abrió setenta y una salas de conferen– cias, por donde pasaron trescientos sesenta mil oyentes, levantó veinte iglesias y capillas. Visitaba las cárceles, ayudando a bien morir a los condenados. Hasta se le vió en el mismo carro de los condenados al patíbulo. Cuando sobrevino el hambre en aquella región logró recoger y distribuir entre los necesitados dos millones quinientos mil dólares. Poco antes de caer asesinado había compra– do naranjas para sus pobres en el carro conducido por los criminales. Si eres rico ofrece tus riquezas para tan nobles fines. Si eres pobre, conténtate con lo que puedas. Cada uno según sus p0sibilidades. Dios mira más al corazón que a la cuantidad. 106

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