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CAPÍ'l'OLO III , GRAVEDAD DEL DEBER MISIONAL Y MODO DE CUMPLIRLO No cabe la menor duda que existe el deber misional; pero cuando se intenta hacer aplicaciones prácticas y concretas surgen no pocas dificultades para resolver esta espinosa cuestión, poco estudiada todavía por los mo– ralistas. No se trata aquí de la obligación subjetiva, que depende de la conciencia que el sujeto se forma, sino de la objetiva, según la realidad de la ley en sí considera– da. Se afirma, generalmente, que la obligación objeti– vamente es grave ex genere suo. Puede ser que la inobservancia de esta grave obliga– ción sea excusable entre los simples fieles, porque no han sido debidamente instruídos y no se les ha formado con tiempo la conciencia del deber misional; pero 1a je– rarquía y los sacerdotes no pueden justamente alegar una ignorancia inculpablemente invencible. Determinar en concreto el modo y la cantidad de la cooperación, la responsabilidad grave o leve de cada individuo, es muy difícil, porque depende de las perso– nas, condiciones y circunstancias que es necesario pon– derar en cada caso particular. Quiénes, cuándo y como faltan grave o leveITLente a los deberes misionales son

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