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A ttióADiMÉ.-CóóP:ifaAc1,ÓN MÍSIÓNEII.Á 2Ó9 evangelista5, profetas y doctores, dedicados al ministerio de la_·palabra. No pertenecían a alguna iglesia particu– lar, sino .a toda la Iglesia en general. Viajaban de ciudad en ciudad, de pueblo en pueblo para conducir nuevos fieles al Señor (26). Por varios decenios la acción expansiva de la Igle– sia fué obr~ de los fieles, porque la Jerarquía estaba ocu– pada en la consolidación de las comunidades. No son sólo algunos. cristianos constituídos por un especial im– pulso del E,;;píritu Santo que se dedican a la cooperación misionera, ,;;ino todos los fieles en bloque como un orga– nismo vital que naturalmente tiende a extenders.e en el tiempo y en el espacio. Se ha de notar que; fuera de la generación apostólica de los tres primeros siglos; la propagación del cristianis– mo no fué :..ibra de los misioneros. San Pablo, p:r:edic!:!.n– do el E,,angelfo en Chipre, Galacia, Macedonia, Acaya y quizá en España, fué un misionero por excelencia, pero no tuvo imitadores en las generaciones sucesivas a las de los Apóstoles. Los sucesores no fueron misioneros, .sino Obispes, y el cristianismo desde aquel tiempo ganó paso a pas=> terreno, se difundió de país en país a lo largo de las gr,andes vías romanas. La evangelización, por ejempl0, del Africa romana no tiene historia, como tampoco la de la GrRii Bretaña. Tertulia::io y Cipriano, refiriéndose a particulares · desconocidcs para nosotros de la evangelización africa– na, concebían el. propagarse del cristianismo como una .generación de iglesias filiales de la Iglesia Madre. El (26) Cfr. ScHMIDLIN., Manual'e di storia delle Missioni. Trad. TRA– GELLA, 1, plág. o9, 14

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