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que hay un desconocimiento bastante avan– zado de los otros, un trabajar sin apoyo del . vec1no que tiene similares fines, hay un· po– nerse zancadiUas y un planificar tan a la som– bra de uno mismo, que de verdad sería un milagro esperar que tales \frutos pudieran ha– cer creer en un árbol bueno. Nuestro hacer eclesial actual está atra– vesado y herido de muerte por el conglome– rado huracán de la anarquía. Las banderías, los, grupos de. choque, los gritos desaforados y esa actividad individual son hijos legítimos de ese espíritu anarquis– ta, que hoy se respira por doquier. A la hora de repartir responsabilidades y dar cuenta de. los orígenes de tales aconte– ceres en la vida -de la Iglesia, hay que acu– dir -ya en el caso propuesto- a un concep– to desviado de lo que es libertad y persona- lidad. · ¡Porque está bien claro que tanto institu– ciones como individuos van a conseguir estos objetivos, propuestos como los más sublimes por el Vaticano 11! ¡Como si la personalidad liberadora no estuviera en relación directa con la acepta– ción de los otros! Trabajar con los otros, ajenos a la insig– nía que ostentan, es el comienzo del éxito. • Bástenos saber que son buscadores de los mismos ideales. ("La Religión", 1973).

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