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do y de modo tan alarmante, llamando la aten- . ción de propios y extraños, que el Papa no ha tenido otra opción sino atajarles el paso. Hoy se quiere a un Cristo vivo, real y sin maquillaje teológico. Y como parece ser que la Iglesia no nos lo dí3 así, pues ¡abajo con ella! Esta es la manera de ver las cosas en un gran contingente de cristianos. ¿Qué decir? Lo del Papa. Que no se puede ser más, orillando lo que es cauce legítfmo de nuestra salvación, la Iglesia. Que por encima de los pecados reales de la Iglesia, está ese gran don que nos ha he– cho a través de los siglos: de darnos al Cris– to de los evangelios por medio de los sacra– mentos y de la Palabra de Dios. Que a la hora de criticar -que sí debe hacerse- hay q\.le hacerlo con el cariño de un hijo, no con la, rabia y el despecho de un renegado. Que si Cristo puede venir de muchos mo– dos a los hombres, éstos tienen un solo ca- mino divinamente marcado: la Iglesia. · Esta es su obra. ("La Religión", 1975). - 66-

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