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se regodea con castigar por eternidad de eternidades; el que crea un infierno y man– tiene el látigo siempre en alto dispuesto a descargarle sobre las espaldas de cualquier infractor. ¿Y las veces que a Cristo se le ha figura– do como un tambaleante "rey de copas"? ¿O no es así como lo consideramos cuando permitimos sin levantar el meñique ~n acti– tud de protesta y con ojos mortecinos, las barrabasadas de los humanos, diciendo para nuestros adentros que el "buen Dios" los perdonará un día cuando ellos manifiesten algún arrepentimiento, casi siempre peque– ñito? Estas consideraciones sobre el "reinar" de Cristo, nos dejan un mucho apático en la actualidad para entrar con fuerza e interés en lo grandioso de esta fiesta. Otra cosa sucede cuando, con el evange– lio por delante, se ve que El se definió rey "de verdad y vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz", reinado que no es. de este mundo, aunque haya que lu– char en esta tierra por su consecución. ("La Religión", 1973). -44-

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