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mas no termina, se transforma; y, al desha– cerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo. Y así, aun– que la certeza de morir nos entristece, nos consuela la promesa de la futura inmortali– dad". Por eso, el pensamiento de la muerte no debe ser para el creyente un pinchazo en el globo de nuestras ilusiones humanas, sino el timbre del despertador que le llama al día de la felicidad sin sombras, infinitamente su– perior a todos los ensueños del sueño de la vida. Mes de noviembre. ¡Tráenos como regalo a los humanos el recuerdo de que un día des~ pertaremos en los brazos de nuestro Padre! Amén. (''La Religión", 1973). - 36-

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