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Atolondrado por lo que había hecho se embarcó en su curiara para dar parte a los re– presentantes de la ranchería próxima. Sin tardanza se formó la expedición. Había que socorrer al herido. Lo encontraron revolcán– dose. A sus reclamaciones el duende res– pondía con insultante insolencia. Hasta que colmó su paciencia. Entonces ellos y ellas se abalanzaron sobre él. Lo apalearon y después de arrancarle la cabellera, emprendieron_ el regreso. Aquella noche corrió el ron y los bailes fueron trepidantes. ¡Había que celebrar la hazaña! Como clausura de la fiesta hicieron dos partes con los cabellos del asesino y mientras una la distrilbuían entre los niños y las mujeres, la otra la arrojaban a la hogue– ra, en medio de burlas e imprecaciones. El sueño aplastó a aquellos indios. Mas ellas, en un gesto de suprema coquetería, no se rindieron sin antes adornar sus mondas ca– bezas con los cabellos robados. ¡La sorpresa fue a la mañana siguiente! El cabello había .arraigado, y era de tales di– mensiones que; hacía ridículo compararlo con el de los hombres. Allí era dé ver qué es eso de la sorpresa. Con fuertes tirones de las unas a las otras comprobaban la veracidad del hecho. ¡Desde entonces las mujeres waraúnas tienen abundante cabellera! Hasta .aquí llega el cuento de estos indios waraos. Si después de leerlo tiene una men– ción para estos indígenas venezolanos, ¡gra- cias, lector! · · ("Mensajero Seráfico", 1972).
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