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esto un. mal signo para comenzar! Como es sospechoso echar lodo sobre la cabeza de los otros1aduciendo unos tópicos que por lo viejos y generales dicen muy poco. Que si el misionero es un burgués terrateniente, el último baluarte de un colonialismo, aunque lleve signo espiritual; que si el indio es tra– tado como un objeto al que se le chupa hasta la penúltima gota de sangre. La postrera se le deja porque la religión le prohibe matar. No voy a hacer apología de toda la actua– ción que llevan a cabo actualmente mis her– manos misioneros. Hay cosas que se podrían hacer mejor. Métodos modernos que implan– tar con el consiguiente abandono de lo que no les queda más remedio que hacer. Esto lo saben ellos y es objeto de reuniones. Pero lo que no les cabe negar nunca es su buena fo y su amor al indígena. Se ve que quienes les tildan de "verdugos" no han visto las cruces que se alzan en los arenales de Araguaimujo. Para que lo sepan de una vez para siempre les diré que allí están enterra– dos media docena de misioneros que prefi– rieron quedar para siempre entre los suyos (los indios). Ahora una pregunta: ¿cuántos médicos, ingenieros, políticos, han gastado allá su vida? Suelen pasar con bastante pri– sa, temerosos de contaminarse. Por otra parte no creo que esas misiones constituyan ninguna mina de plata. Lo digo porque son pocos los que van a llenarse los bolsillos. ¿Y del trabajo? Si lo waraos tienen que estar de brazos caídos y sufriendo hece– sidade,s porque los Padres no pueden ofre– cerles un jornal. iY se habla de opresión! A todos los que lanzan a opinar, les daría un consejo: el aliado de la verdad es el tiem– po 1 ("La Religión", 1971). - 194-
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