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hacen· en humo. ¡Quisiera estar equivocado al afirmar que algo de esto ha sucedido al periodista! El aventurar hace mal negocio a la ciencia. Y el periodista aventura cuando afirma sin más que los indios están ahogados por un cinturón opresor, cuyas puntas mantienen los criollos y 'los misioneros; los primeros, con un sistema económico esciavizante; con su "imaginería", los otros. ¡Los misioneros creía– mos hasta ahor~ que é.ramos todo menos far– santes religiosos! Vinimos a estas tierras creyendo que el mensaje cristiano era un bien para cualquier hombre, pero. . . parece ser que otros no lo creen. ¡No conviene olvidar que cualquier inte– gración a otro ritmo de vida lleva consigo heridas y cicatrices! Como es una suposición gratuita la afir– mación del articulista cuando dice que ,el li– bro de la doctora (Los Warao) es la última palabra en la materia. Hay que hacerse a la idea de que para una cosa así, se necesita algo más que un par de estancias de quince días entre los indígenas. Los tratados sobre el tema aprendidos en las universidades va– len. pero no suplen. Dan módulos de interpre– tación, pero los datos hay que recogerlos en su ambiente y esto exige paciencia- y. mucho tacto. Exigencias todas ellas necesa_rias para decir, con algún acierto, algo de lo que son en la actualidad. ' La estocada última, que nos propina a los responsables de estos grupos humanos, la da cuando afirma que "el mundo sonoro de estos indios permanece intocado". No estaría de más que de vez en cuando se visitasen las
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