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criminable todo lo que está fuera de la ley de moralidad pública. Contra cosas así hay que luchar. Y es un combate que hay que preparar desde diver– sos frentes y sirviéndose de todas las armas que la cultura actual proporciona. Desde la complaciente carta hasta la amenaza local, todo ello envuelto en un tono de cordura y sensatez, sin desequilibrados malabarismos que harían pensar al de enfrente mal de nos– otros. Alguien pensará que he justificado con mi ampli.a postura la validez de la violencia. No. Nunca consideraré a la violencia como medio para solventar los problemas. Y por lo mismo no la incluyo como posible arma de combate. Es un contravalor que se vuelve contra el que la maneja y que tiene por finalidad destruir todo para, de los escombros, no levantar, más tarde, nada. ¿Y la huelga? ¿Es medio adecuado para la mejora de posturas en decUve? Porque al fin de cuentas esta es la actitud que han segui– do los maestros deitanos. La doctrina social de la Iglesia -teniendo por primer conseje– ro al Evangelio- admite la legitimidad de este paro de brazos siempre que se cumplan estos dos requisitos: que se hayan -andado los pasos anteriores sin resultado positivo (que es tanto como decir, que es un proce~ so legal del que hay que echar mano en ex– trema instancia) y que no dañe de manera grave a la buena marcha de la sociedad. Quienes están al tanto conocerán el últi– mo documento de Pablo VI. Se trata de la 150 -

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