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ESTRENO DE •Al'IO De verdad que nuestra actual civilización se ha ganado más que bien el calificativo de "civilización del ruido". Nada tan bullicioso como nuestro hombre moderno. Busca el rui– do, lo hace, y quiere que los· otros lo hagan en su entorno-. Por más que él viva queján~ dose de este ambiente, íntimamente ló desea, lo quiere y lo bwsca. Y cuando no lo hay, siente rriiedo .. Se aburre. Este esPír;tu febril, de ajetreo contínuo, vacía al hombre de su profundidad, lo deja a la intemperie del frío ambiente; le hace, en fin, vivir en la ~uperficie de sí mismo. Recuer– do, llegado a este punto, la anotación, clara y certera, del filósofo español. X. Zubiri en su "Naturaleza, Historia, Dios". Decía " ... el hombre de(. siglo XX ... huye de sí; hace transcurrir su vida sobre la superficie de sí mismo. Renuncia a adoptar actitudes radicales . y últimas: la existencia del hombre actual es constitutivamente centrífuga y penúltima. De aquí el angustioso coeficiente de provisiona– lidad que amenaza disolver la vida contempo– ránea". Contra esta dispersión, aniquiladora de lo más genuinamente humano, conviene crear un dispositivo. Mejor, hay que emplear ese remedio que desde siempre han aconsejado
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